lunes, junio 15, 2009

DIMES Y DIRETES.




Cosas de los pueblos...y de todas partes al final, pero en los pueblos parece que el eco suena más, será porque se respira más paz y el silencio hace retumbar las voces.

En un pueblo la vida discurre más lenta, y cuanto más pequeño es el lugar más lento avanza el tiempo, esto no deja de ser un lujo, la verdad.

En un lugar así, hay que aprender unas normas básicas de convivencia, y casi diría de supervivencia.

Para empezar, hay que saludar a todo hijo de vecino que te cruces por la calle, lo conozcas o no, el buenos días, buenas tardes, buenas noches, no debe de faltar.

La palabra prisa no existe, por ejemplo, si se va a la panadería hay que tomarse el tiempo necesario que requiera esa gestión, esto quiere decir que la panadería y demás tiendecitas de compra diaria se entienden como lugares de reunión social, sobre todo en los fríos inviernos cuando la gente casi no sale de sus casas, así que nada de nervios, nada de acelerones y nada de mirar el reloj cada dos minutos, tiempo al tiempo. La gente habla relajadamente sobre temas de interés general como el cura nuevo que no termina de gustar a nadie, que si fulanito se está muriendo o menganito que dicen que se separa...

Otra cosa a tener en cuenta son los cortes de luz o de agua repentinos, sin previo aviso, un día se rompe la bomba, otro hay tormenta eléctrica...así que una tiene que hacerse a todo tipo de situaciones. Las velas y cerillas son imprescindibles y una palangana por si es necesario bañarse de pies a cabeza con agua del pozo calentada sobre el fuego de la chimenea, y os aseguro que hay más que de sobra...

Por último, a tener muy en cuenta, ver, oir y callar. Cuando alguien te pare por la calle a darte conversación y la cosa derive en chismorreos de terceras personas a las que se pone de vuelta y media, cuidado, porque es más que probable que tomen café juntos todas las tardes.

Teniendo esto en cuenta, es fácil sobrevivir a los dimes y diretes de un lugar pequeño, y la verdad, merece la pena, os aseguro que es muy divertida la vida contemplativa y que, además, se aprende mucho esquivando chismes, y de vez en cuando dando que hablar que también tiene su encanto¿no?.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Era la hora de la merienda, el calor se hacía notar y el niño se dirigía al ultramarinos, venia de casa dos calles hacia abajo, corría, tenía prisa, se cruzó en el camino con María su vecina, no corras tanto, no corras tanto que te romperás la crisma, le dijo ella, ¿te acuerdas? me tocará ponerte Mercromina como la última vez que caístes, no parabas de sangrar y de llorar y no hace nada que te cayeron las costras de las rodillas, el niño contestaba diciendo si María, no correré tranquila, si me caigo de nuevo ya te llamaré y me volverás a curar, aminoraba la marcha y al girar la esquina iniciaba de nuevo la carrera. Subía las escaleras velozmente y entraba en el ultramarinos apartando la cortina de canutos de madera bruscamente, allí la tendera y su hermana aburridas le esperaban, habitualmente a la misma hora el niño acudía a comprar la merienda, ¿que quieres hoy mi niño? ¿que deseas?, y éste les decía quiero mantequilla de la de tres colores, la hermana mayor cortaba un trozo mas o menos grande de una barra que iba menguando a medida de la demanda de los clientes, el niño decía no la unte, no le gustaba de esa manera, quería el trozo entero entre el pan, así y nada más, ¿cuanto es?, tranquilo mi niño mañana tu madre ya lo pagará, se despidió de ellas y corriendo como vino se marchó y bajó de nuevo las escaleras, cruzó la plaza, dijo adiós a Diego, su médico, que terminaba la consulta, corría, corría sin parar, sorteaba obstáculos, saltaba de felicidad y enfiló la calle de bajada y de repente, sin esperarlo resbaló, en una mano el bocadillo, la otra apenas pudo frenar la caída, su cuerpo impactó con el suelo y como no, sus rodillas empezaron a sangrar. Allí corriendo apareció María con su Mercromina, le tranquilizó, le curó, le besó en la frente, mientras tanto el bocadillo de mantequilla de tres colores se derretía al sol en el pavimento, no te preocupes mi niño dijo María yo te daré de nuevo tu merienda. Y eso exactamente, con el tiempo de por medio es y era la felicidad.

En recuerdo de María, mi buena María.

Los santos Inocentes.

Lorena dijo...

Santos: La mantequilla de tres colores, el disimulo al andar despacio delante de María para después coger carrerilla en la esquina, las costras de las rodillas, el mañana me lo paga tú madre, la mercromina...he disfrutado un montón leyendo este recuerdo tuyo de la infancia porque de alguna manera me traía el mismo recuerdo de la mía. Una pasada, poco más puedo añadir. La felicidad de la infancia debería ser un ejemplo a seguir en la vida. Cuando nada nos preocupaba, cuando el tiempo no importaba, ni lo que dijeran de nosotros ni lo que pasara en el mundo , porque al final nosotros eramos dueños de nuestras vidas y de nuestro universo particular. Precioso. Y venga, le dedico el post a la María yo también. Gracias Santos.